La economía española parece inmune a los riesgos globales y monetarios que se han ido perfilando en el horizonte. Para tomar la temperatura de la coyuntura en este inicio de año solo disponemos de un puñado de indicadores, pero todos son coherentes con el mantenimiento de un ritmo moderado de crecimiento. Las sensaciones continúan siendo positivas en el sector de servicios, y ahora el impulso se contagia a la industria manufacturera, en teoría la más perjudicada por las grandes calamidades globales como los conflictos bélicos y la parálisis del transporte de mercancías en el Mar Rojo (el índice PMI de gestores de compra en la industria ha pasado por encima del nivel 50 tras casi un año en terreno contractivo).
Asimismo, el mercado laboral sigue generando cada mes alrededor de 35.000 nuevos puestos de trabajo (en términos desestacionalizados por Funcas), mucho menos que en el bum del año pasado, pero todavía suficiente para sostener la renta de los hogares. Como por otra parte los precios se moderan, lo que redunda en una ligera recuperación del poder adquisitivo (los salarios pactados subieron en enero medio punto más que el IPC), cabe anticipar un nuevo repunte del consumo privado.
La situación contrasta con el contexto recesivo que prevalece en el centro de Europa, particularmente en Alemania. En este país, pese a la inyección de dosis potentes de ayudas de Estado, la industria se enfrenta a la carestía de la energía y la dependencia de una economía China lastrada por la explosión de la burbuja de crédito. Algunas empresas podrían estar desviando inversiones a países que gozan de costes de producción más bajos, como España (en enero la electricidad en el mercado ibérico costó un 42% menos que en Alemania). El año pasado, la inversión directa extranjera procedente de Alemania se incrementó un 50%, en contraposición con el descenso registrado a nivel agregado (con datos de los nueve primeros meses). Y las exportaciones españolas de bienes hacia el país vecino subieron un 6,7%, frente al descenso del 1,1% del total de ventas de nuestras empresas en el exterior.
Conviene sin embargo no caer en la autocomplacencia. En primer lugar, el comercio exterior no puede desacoplarse de las vicisitudes del resto de Europa, nuestro principal mercado. El turismo también acabará por normalizarse, una vez alcanzadas las cotas prepandemia.
Por otra parte, el proceso de desinflación será más lento en los próximos meses, por la resiliencia a la baja de los precios en algunos sectores y el traslado del repunte de los hidrocarburos al resto del IPC. Esta circunstancia resta fuelle a la mejora de la capacidad de compra de los hogares y al consumo privado, al tiempo que enfría la perspectiva de una reducción inminente de tipos de interés. En esta ocasión, el consumo público, que explica la mitad del crecimiento registrado en el cierre del año pasado, no podrá tomar el relevo, habida cuenta de la situación de prórroga presupuestaria.
La principal preocupación viene de la inversión, que no despega pese al desembolso de un volumen ingente de fondos europeos. Tampoco reacciona la inversión, en su segmento residencial, a la fuerte demanda ni a la agudización de la situación de escasez: en el último año se visaron en torno a 100.000 viviendas nuevas, menos de la mitad que el incremento del número de hogares. El despegue de la oferta depende de la puesta a disposición de suelo y de permisos de construcción, es decir de la política pública. Asimismo, la recuperación de la inversión empresarial depende en parte del ritmo de ejecución de los fondos europeos.
En lo inmediato seguiremos destacando con un crecimiento nada desdeñable, cercano al 2% en ritmo anual. Pero sigue siendo necesario reforzar los mimbres sobre los que se asienta la economía para alcanzar mayores cuotas de bienestar social, acometiendo las reformas mientras los vientos soplan a favor.
IPC
El índice de precios al consumo mantiene la senda de desaceleración, alcanzando en febrero un incremento interanual del 2,6% en la eurozona, y del 2,9% en España (con datos armonizados). No obstante, descontando la energía y los alimentos frescos, la desescalada es menos acusada: en el mismo mes, el IPC subyacente subió un 3,3% en la eurozona y un 3,4% en España. Como en anteriores episodios inflacionarios, los sectores de servicios menos expuestos a la competencia se muestran poco propensos a trasladar a sus precios la moderación de los costes de producción. El IPC de servicios de la eurozona se incrementó en febrero a un ritmo anual del 3,9%.
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